Volvimos. La presencialidad ya no es lo que era. ¿O sí? ¿Alguien en la sala aun quiere que sea lo que era? ¿En qué sentido podría ser lo que era si nosotros —quienes enseñamos— ya no lo somos?

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En algunos casos el retorno es a la ahora llamada “presencialidad plena”. ¿No deberíamos renunciar a definir algo como “pleno” si la experiencia que allí tiene lugar, por ejemplo, es un tanto pobre? ¿O si no tenemos ganas de estar ahí? 

En otros casos el retorno es a una modalidad distinta. Ciertas maneras de definirla empiezan a volverse parte de nuestra cotidianeidad. “70/30” hace alusión a una posibilidad que existe desde antes de la pandemia: en la educación presencial no todo tiene por qué serlo. Algunas instituciones están optando por un porcentaje de virtualidad mayor, inscripta en los lineamientos de la educación a distancia. Y otras, incluso, están ofreciendo la posibilidad de cursar a distancia carreras que hasta hace dos años solamente se ofrecían de modo exclusivamente presencial. Estas alternativas configuran una conciencia creciente —y reciente— de que ya no hay una única manera de hacer las cosas. Además, un reconocimiento importante a los pedidos explícitos de los estudiantes por tener cursadas más respetuosas de sus diferentes posibilidades.  

Este retorno conlleva, por tanto, decisiones que abarcan lo político y lo institucional. En su escena se despliegan las prácticas de la enseñanza que están sucediendo en el tiempo presente de la ¿poscrisis? Detengámonos por un momento. Creemos una suerte de suspenso que nos permita mirar desde el extrañamiento.